Colección Semanal # 16
Parece lógico encontrar día a día en artículos de prensa, entrevistas de radio o televisión, diferentes discursos desde los cuales se esgrimen culpabilidades a un gobierno que nos ha sumergido ante la peor crisis integral que ha padecido Venezuela. Extraño sería no encontrar denuncias ante los abusos y atropellos que viven los venezolanos en su cotidianidad. A pesar de ello, sin ánimos de tirar salvavidas, hay que atender a diferentes consideraciones con relación al caso venezolano.
En primer lugar hay que destacar el estado de perplejidad desde el cual se observa la compleja situacional política, económica y social de Venezuela. Aunque el fenómeno político actual no representa un acontecimiento inédito, sí resulta curioso el hecho de su mantenimiento en la estructura política. Si bien las teorías y sus teóricos permanentemente nos muestran cómo se configura y bajo qué lógica actúa el gobierno actual, hay que decir que muchas de estas ideas tienden a simplificar un problema que se muestra mucho más engorroso.
El chavismo desde sus orígenes trajo consigo una nueva forma de comprender lo político y lo social. En lo político, ha democratizado –a su manera- espacios que durante la corta vida republicana del país, estuvo supeditado a lógicas elitistas. En lo social, las grandes masas –especialmente los cinturones de pobreza- sintieron e hicieron suyo el discurso de lucha y reivindicación. Esta fórmula de lo político y lo social, no sólo le dio un cuerpo doctrinario al chavismo para levantar una edificación basada en un discurso nacionalista, centrada en la figura de un hombre, sino además, lleno de contenido y significado un vacío que estaba allí, presente en la vida de los hombres y mujeres pero sin ser llevado a la práctica cotidiana.
En segundo lugar, no ha existido momento en el cual no se subestime la fuerza simbólica y cultural que ha ido naciendo alrededor del chavismo. En parte, para comprender la lógica clientelar que utiliza el gobierno actual, y más aún, atender a la reciprocidad con la que parte de población contempla este tipo de política, pasa por comprender cómo la gente asume este modo particular de redistribución. Sin embargo, la lógica de chantaje, manipulación y coacción explica en buena medida la forma de actuar del gobierno, pero esto no se comprende de la misma forma desde la masa.
En tercer lugar, hay que precisar la ineficiencia y poca audacia por parte de nuestra dirigencia para desarmar el modelo chavista[1] el cual hoy se sostiene en políticas clientelares y populistas que entierran cada día más a la población a ser dependientes de las políticas del estado para cubrir con sus necesidades básicas. En medio de la peor crisis que atraviesa el país, la estrategia política de la oposición no puede ni debe ser liberación de presos políticos, solicitud de renuncia del presidente de la república y demás presidentes de los órganos públicos o exigencias de diálogo bajo condiciones justas.
Si de verdad la oposición venezolana desea convertirse en una opción de cambio para el país, se debe partir de los problemas reales que afectan a la población. Esta respuesta que aclama la sociedad no se basa en solicitudes de liberación de presos políticos, renuncia o destituciones de funcionarios públicos o negociación para una salida del régimen. Si bien esto último pareciera fundamental y necesario para atacar la crisis actual, el venezolano no clama por estas opciones. El grito de auxilio se manifiesta en las necesidades reales que afronta la gente para sobrevivir.
En este sentido, el discurso de la oposición debe sujetarse de las necesidades reales del venezolano, sus quejas, reclamos, y expectativas de porvenir que ellos manifiestan. Este discurso, además de abrigar las necesidades, debe mostrar alternativas de cambio. Revelar los retrocesos vividos durante los años de la gestión del gobierno actual y mostrar alternativas de cambios y un plan de país que le explique al venezolano cómo y de qué manera se pueden mejorar las condiciones de vida a corto, mediano y largo plazo, cuáles pudieran ser las políticas públicas a implementar y de qué manera adquiriría un rol protagónico la población en esta visión de país.
Es necesario recordar todo el retroceso que se han experimentado en sectores como salud, educación, trabajo y servicios públicos. El chavismo durante muchos años blindó sus discursos desde los logros en materias de educación y salud. Hoy en día esos logros se han revertido y las cifras demuestran en colapso de las malas políticas públicas implementadas. En educación, la mitad de los niños ubicados en los grupos de edades 3-5 años no asisten a la escuela. Más crítico aún resulta que de cada 5 personas ubicadas en el estrato más pobre, sólo 1 accede a la educación superior[2]. Estas cifras no solo demuestran el retroceso en áreas como la educación, sino además, en la disminución de la calidad de vida del venezolano. Hoy en Venezuela, gran parte de su población sobrevive ante el colapso de un modelo económico desgastado.
Un plan de gobierno distinto al que pretende plantear el gobierno actual, requiere de un liderazgo opositor para enfrentar no sólo el debate ideológico, sino además las necesidades reales del venezolano y las expectativas de cambio que se pretenden mostrar. La oposición venezolana requiere de un liderazgo, una conexión real con las demandas de la población. Requiere afinar el sentido de escucha, de inferir en algunos asuntos claves y de tener lectura coherente de lo que acontece en el país. Si bien la crisis actual que afronta Venezuela tiene responsables directos dentro del oficialismo, sería un error dentro de un análisis serio achacarle todas las tintas al gobierno, cuando desde nuestro frente hemos permitido tal declive del país.
No se trata de ser oposición por serlo, no se trata de decir “fuera Maduro”, no se puede tratar de alimentar grande ideales vacíos, como justicia y libertad si no damos un contenido real a estos conceptos. Para convertirnos en una verdadera alternativa política, social y electoral debemos afinar varios sentidos, entre los que destacan un permanente ejercicio de escucha, de observación y de percibir lo que la gente piensa, cree y dice. Esto no resulta fácil, mucho menos cuando nuestros prejuicios alimentan nuestra verdad, esa que aunque sea difícil de aceptar sólo nos dice que tenemos la verdad pero no siempre la razón.
No son ellos, somos nosotros
Parece lógico encontrar día a día en artículos de prensa, entrevistas de radio o televisión, diferentes discursos desde los cuales se esgrimen culpabilidades a un gobierno que nos ha sumergido ante la peor crisis integral que ha padecido Venezuela. Extraño sería no encontrar denuncias ante los abusos y atropellos que viven los venezolanos en su cotidianidad. A pesar de ello, sin ánimos de tirar salvavidas, hay que atender a diferentes consideraciones con relación al caso venezolano.
En primer lugar hay que destacar el estado de perplejidad desde el cual se observa la compleja situacional política, económica y social de Venezuela. Aunque el fenómeno político actual no representa un acontecimiento inédito, sí resulta curioso el hecho de su mantenimiento en la estructura política. Si bien las teorías y sus teóricos permanentemente nos muestran cómo se configura y bajo qué lógica actúa el gobierno actual, hay que decir que muchas de estas ideas tienden a simplificar un problema que se muestra mucho más engorroso.
El chavismo desde sus orígenes trajo consigo una nueva forma de comprender lo político y lo social. En lo político, ha democratizado –a su manera- espacios que durante la corta vida republicana del país, estuvo supeditado a lógicas elitistas. En lo social, las grandes masas –especialmente los cinturones de pobreza- sintieron e hicieron suyo el discurso de lucha y reivindicación. Esta fórmula de lo político y lo social, no sólo le dio un cuerpo doctrinario al chavismo para levantar una edificación basada en un discurso nacionalista, centrada en la figura de un hombre, sino además, lleno de contenido y significado un vacío que estaba allí, presente en la vida de los hombres y mujeres pero sin ser llevado a la práctica cotidiana.
En segundo lugar, no ha existido momento en el cual no se subestime la fuerza simbólica y cultural que ha ido naciendo alrededor del chavismo. En parte, para comprender la lógica clientelar que utiliza el gobierno actual, y más aún, atender a la reciprocidad con la que parte de población contempla este tipo de política, pasa por comprender cómo la gente asume este modo particular de redistribución. Sin embargo, la lógica de chantaje, manipulación y coacción explica en buena medida la forma de actuar del gobierno, pero esto no se comprende de la misma forma desde la masa.
En tercer lugar, hay que precisar la ineficiencia y poca audacia por parte de nuestra dirigencia para desarmar el modelo chavista[1] el cual hoy se sostiene en políticas clientelares y populistas que entierran cada día más a la población a ser dependientes de las políticas del estado para cubrir con sus necesidades básicas. En medio de la peor crisis que atraviesa el país, la estrategia política de la oposición no puede ni debe ser liberación de presos políticos, solicitud de renuncia del presidente de la república y demás presidentes de los órganos públicos o exigencias de diálogo bajo condiciones justas.
Si de verdad la oposición venezolana desea convertirse en una opción de cambio para el país, se debe partir de los problemas reales que afectan a la población. Esta respuesta que aclama la sociedad no se basa en solicitudes de liberación de presos políticos, renuncia o destituciones de funcionarios públicos o negociación para una salida del régimen. Si bien esto último pareciera fundamental y necesario para atacar la crisis actual, el venezolano no clama por estas opciones. El grito de auxilio se manifiesta en las necesidades reales que afronta la gente para sobrevivir.
En este sentido, el discurso de la oposición debe sujetarse de las necesidades reales del venezolano, sus quejas, reclamos, y expectativas de porvenir que ellos manifiestan. Este discurso, además de abrigar las necesidades, debe mostrar alternativas de cambio. Revelar los retrocesos vividos durante los años de la gestión del gobierno actual y mostrar alternativas de cambios y un plan de país que le explique al venezolano cómo y de qué manera se pueden mejorar las condiciones de vida a corto, mediano y largo plazo, cuáles pudieran ser las políticas públicas a implementar y de qué manera adquiriría un rol protagónico la población en esta visión de país.
Es necesario recordar todo el retroceso que se han experimentado en sectores como salud, educación, trabajo y servicios públicos. El chavismo durante muchos años blindó sus discursos desde los logros en materias de educación y salud. Hoy en día esos logros se han revertido y las cifras demuestran en colapso de las malas políticas públicas implementadas. En educación, la mitad de los niños ubicados en los grupos de edades 3-5 años no asisten a la escuela. Más crítico aún resulta que de cada 5 personas ubicadas en el estrato más pobre, sólo 1 accede a la educación superior[2]. Estas cifras no solo demuestran el retroceso en áreas como la educación, sino además, en la disminución de la calidad de vida del venezolano. Hoy en Venezuela, gran parte de su población sobrevive ante el colapso de un modelo económico desgastado.
Un plan de gobierno distinto al que pretende plantear el gobierno actual, requiere de un liderazgo opositor para enfrentar no sólo el debate ideológico, sino además las necesidades reales del venezolano y las expectativas de cambio que se pretenden mostrar. La oposición venezolana requiere de un liderazgo, una conexión real con las demandas de la población. Requiere afinar el sentido de escucha, de inferir en algunos asuntos claves y de tener lectura coherente de lo que acontece en el país. Si bien la crisis actual que afronta Venezuela tiene responsables directos dentro del oficialismo, sería un error dentro de un análisis serio achacarle todas las tintas al gobierno, cuando desde nuestro frente hemos permitido tal declive del país.
No se trata de ser oposición por serlo, no se trata de decir “fuera Maduro”, no se puede tratar de alimentar grande ideales vacíos, como justicia y libertad si no damos un contenido real a estos conceptos. Para convertirnos en una verdadera alternativa política, social y electoral debemos afinar varios sentidos, entre los que destacan un permanente ejercicio de escucha, de observación y de percibir lo que la gente piensa, cree y dice. Esto no resulta fácil, mucho menos cuando nuestros prejuicios alimentan nuestra verdad, esa que aunque sea difícil de aceptar sólo nos dice que tenemos la verdad pero no siempre la razón.
[1] Desarmar el modelo responde a la reciente obra publicada por la Universidad Católica Andrés Bello y el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro titulado Desarmando el modelo. Las transformaciones del sistema político venezolano desde 1999 (2017)
[2] Datos obtenidos de la Encuesta sobre Condiciones de Vida (ENCOVI), Venezuela 2016 (UCAB,USB, UCV)
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